Por qué dieta y ejercicio no bastan

Publicado el 4 de septiembre de 2025, 16:56

La obesidad en Estados Unidos continúa creciendo a un ritmo alarmante: cerca del 40% de los adultos la padecen, generando unos 173 mil millones de dólares al año en costos de atención médica. Aunque durante décadas se ha insistido en la dieta y el ejercicio como factores clave, una nueva revisión científica publicada en Clinical Gastroenterology and Hepatology señala que estos no son los únicos protagonistas. El estudio, liderado por la Dra. Arpana Church y un equipo de UCLA Health, revela que el estrés, las dificultades sociales y el entorno en el que vivimos también pueden modificar la microbiota intestinal y el cerebro, influyendo directamente en el riesgo de obesidad.

 

El informe explica que los llamados determinantes sociales de la salud —como el nivel de ingresos, la educación, el acceso a atención médica de calidad, las desventajas del vecindario, las experiencias de discriminación, los eventos adversos en la infancia o la soledad— son fuerzas tan poderosas como la alimentación misma en la aparición y el empeoramiento de la obesidad. La investigación muestra cómo el eje intestino-cerebro actúa como puente entre esas condiciones externas y los procesos internos del organismo. La producción de hormonas relacionadas con el apetito, marcadores inflamatorios y metabolitos que afectan el estado de ánimo son modulados por el microbioma intestinal. Dichos cambios químicos impactan en lo que comemos, cuánto comemos, qué tipo de alimentos deseamos, nuestro metabolismo e incluso la disposición a realizar actividad física.

 

Las comunidades con menor nivel socioeconómico suelen tener menos acceso a alimentos frescos y nutritivos, lo que favorece el consumo de productos procesados, más baratos pero densos en calorías. A esto se suma la exposición crónica al estrés, la violencia y el racismo estructural, que alimentan un círculo vicioso difícil de romper. El aislamiento social agrava el problema: altera las redes cerebrales que regulan el apetito y la toma de decisiones, lo que incrementa los patrones de alimentación poco saludables. Incluso se ha demostrado que las dietas pobres en nutrientes reducen la diversidad de la microbiota intestinal y fomentan la inflamación, debilitando el autocontrol y aumentando los antojos por comida rápida y ultraprocesada.

 

La revisión advierte que estas alteraciones no se limitan a la edad adulta. Pueden comenzar en etapas muy tempranas, incluso antes del nacimiento. Los factores de estrés ambiental y social durante el embarazo o la infancia temprana influyen en la composición del microbioma y en la comunicación entre el intestino y el cerebro, creando una mayor vulnerabilidad a la obesidad a lo largo de toda la vida.

Para la Dra. Church, combatir la obesidad no puede reducirse a “decisiones personales” sobre qué comer o cuánto ejercitarse. Se requiere un enfoque dual: atención médica más personalizada y equitativa, y reformas políticas estructurales que mejoren las condiciones en que las personas viven, trabajan y crecen. A nivel individual, recomienda que cada persona, dentro de sus posibilidades, priorice alimentos nutritivos, construya redes de apoyo social y practique actividades que reduzcan el estrés, como escribir un diario, ejercitarse o pasar tiempo en contacto con la naturaleza. También destaca la importancia de cultivar la gratitud y la empatía como herramientas para fortalecer la salud pese a las circunstancias adversas.

 

El mensaje central de esta revisión es claro: la obesidad no puede entenderse únicamente como el resultado de malas elecciones individuales. Es un fenómeno complejo en el que confluyen factores biológicos, sociales y ambientales. Reconocer el peso de los determinantes sociales de la salud abre la puerta a políticas públicas más justas y a una atención médica que tome en cuenta no solo los síntomas, sino también las raíces profundas de esta epidemia.

FUENTE: Clinical Gastroenterology and Hepatology

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios