
Una reciente investigación de la Universidad Estatal de Florida (FSU) acaba de arrojar luz sobre una pregunta que atormenta a muchas personas que han perdido peso: ¿por qué, tras semanas o meses de dieta, aparece un impulso casi incontrolable de comer en exceso?
El estudio, publicado en la revista Psychological Medicine, muestra que detrás de ese comportamiento no hay flojera ni falta de compromiso, sino una poderosa combinación de señales biológicas alteradas. En otras palabras, cuando bajas de peso de forma significativa, tu cuerpo no lo interpreta como un éxito, sino como una amenaza.
El cuerpo no olvida su peso anterior
A este fenómeno se le llama “supresión de peso” y se refiere a la diferencia entre el peso máximo que una persona ha tenido y el peso actual. Cuanto mayor es esa diferencia, más probable es que el cuerpo entre en una especie de “modo alarma”, activando mecanismos que intentan recuperar ese peso perdido. Uno de esos mecanismos es, precisamente, generar más hambre.
Los investigadores estudiaron a mujeres con trastornos de la conducta alimentaria como bulimia nerviosa, que suelen experimentar ciclos de restricción y atracones. Descubrieron que quienes habían bajado mucho de peso presentaban niveles más bajos de leptina —una hormona que regula la saciedad— y una menor respuesta de GLP-1 (péptido similar al glucagón tipo 1), otra señal clave que le dice al cerebro cuándo parar de comer.
Más hambre, menos control
Lo que hace este hallazgo particularmente importante es que ayuda a explicar por qué muchas personas recaen después de perder peso: el hambre que sienten no es solo emocional o “psicológica”, es biológica. Con menos leptina y una respuesta débil del GLP-1, el cerebro recibe menos señales de saciedad, lo que favorece episodios de atracones, sobre todo si la persona ya tiene una historia de ansiedad o culpa relacionada con la comida.
¿Qué se puede hacer?
Aunque el estudio se centró en mujeres con bulimia, sus implicaciones van mucho más allá. Comprender cómo el cuerpo responde a la pérdida de peso puede cambiar la manera en que se diseñan las intervenciones nutricionales y psicológicas, tanto para quienes viven con trastornos alimentarios como para cualquier persona que intenta adelgazar.
“Este modelo nos ayuda a entender que hay procesos físicos —no solo emocionales— que contribuyen al ciclo de restricción y atracón. Y eso puede ayudar a reducir el estigma que rodea a estos comportamientos”, explicó Pamela Keel, la autora principal del estudio.
En otras palabras: si después de perder peso te sientes atrapado en una montaña rusa de hambre y culpa, no estás fallando. Es tu cuerpo el que está tratando de volver a lo que considera su “zona segura”. Entenderlo no solo es liberador, sino clave para abordar la alimentación desde un enfoque más humano y realista.
FUENTE: Cambridge University Press
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